domingo, 30 de noviembre de 2014

Recuerdos

Seguramente no lo sepáis, pero me obsesionan los recuerdos. Esa es una de las razones por las que decidí empezar este blog. Las fotografías son capaces de contener tanto... como una canción, un olor o una mirada, te transportan al momento exacto donde fue tomada, y puedes oír las voces del pasado susurrarte lo que sentiste, lo que flotaba en el aire aquel día.

A mí me gustan mucho los recuerdos, los viajes, los grandes paisajes y las pequeñas cosas, no necesariamente en ese orden.



Santander, mi pequeña ciudad junto al mar, es testigo de muchos momentos, y escenario de miles de recuerdos. Me ha visto cambiar a lo largo del tiempo, y yo a ella. Somos viejas compañeras.
No siempre nos hemos llevado bien. Es demasiado altiva y hermosa para mí, y su frialdad cala en los huesos. Pero me regala tardes de cielo incendiado, frías y melancólicas tardes de bahía, y de nostalgia diluida en café. 
Siempre acabo volviendo a ella.




Siempre me ha fascinado la incógnita de los momentos prosaicos convertidos en belleza.






También es divertido encontrar belleza oculta. Os sorprendería lo que cambian los objetos dependiendo del punto desde el que los mires. 
Como todo en la vida, supongo.




Me gusta la lluvia porque las gotas persisten, como recuerdos tristes, hasta que acaban por evaporarse.




Miradlo de esta forma: todo es bonito y breve, como los castillos en la arena.




A veces tengo las imágenes, pero no las palabras. Sólo esta concentra el espíritu de un viaje inolvidable que culminó en Estocolmo, en un verano lleno de paisajes, descubrimientos, y suecos guapísimos.


Me gusta esta especialmente por la las preguntas que deja en el aire.
Ella camina sola por la ajetreada avenida. Llama la atención por su atuendo extravagante, las características gafas redondas y lo ligero de su vestido para el frío que hace ya en agosto en Edimburgo. Está rodeada de gente, de ruido y de risas, de actuaciones callejeras y de edificios más antiguos que cualquier ser humano con vida. Sin embargo, camina pensativa, mordiéndose el labio con aire distraído. ¿Qué ocupará su mente? ¿Habrá venido sola a la capital escocesa? El chico que reparte panfletos, unos pasos por detrás de ella, le mira con atención. ¿Seremos testigos de un breve flechazo anónimo? El cartel de la izquierda nos indica que nos encontramos en pleno apogeo del Fringe, el festival de arte callejero más importante de Europa.
En un escenario así, todo es posible.
Quizás ella acabe de haber cogido el papel que él le ofrecía. Quizás acuda a la actuación de esa noche, y se encuentren en un abarrotado pub convertido en teatro improvisado. Quizás él la esté buscando, y ella le reconozca en medio del gentío. Pueden que se miren, comprendiendo algo que no puede ser puesto en palabras.
O quizás no.
Lo dejo a vuestro juicio.



Me gustaría que pudieseis oler esta foto. Si supierais cómo me inundó el olor de libros llenos de historias ajenas, al entrar en esta librería... Se encontraba más que perdida en el entramado de callejuelas florentinas, y era más pequeña que mi cocina. 
Estos son los tesoros que no aparecen en las guías turísticas.



La impresionante belleza de las highlands escocesas puso a prueba mi agorafobia. Pero cuando bajé del autobús y me golpeó el viento helado en la cara, casi pude oír las gaitas de los primeros guerreros.




El minino florentino es una pequeña belleza, hipnotizada por las vistas de su hermana mayor:



Florencia bulle bajo la atenta mirada de la criatura de Brunelleschi.

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